TRAS LA VERDAD
48 años han transcurrido desde la masacre del 2 de octubre de 1968 y los estudiantes “conmemoran” ese evento, aunque la gran mayoría ignora orígenes y fines del movimiento estudiantil, apenas han oído sobre la matanza en Tlatelolco, en la Plaza de las Tres Culturas.
Alumnos de las preparatorias de la UAQ, “adornaron” las rejas con mantas alusivas al movimiento del 68, apenas ilustradas con “dibujos” alusivos que intentan significar aquellos hechos con los tradicionales “orangutanes” vestidos con uniformes del ejército.
Aun recuerdo las manifestaciones multitudinarias de estudiantes -no me lo platicaron-; ahí me encontraba, observando con curiosidad las enormes concentraciones que gritaban consignas como “Únete Pueblo”. En tanto continuábamos trabajando, los obreros gritaban “trabajen huevones”, pónganse a estudiar. Ya ve como es el pueblo.
Todo inició el 22 de julio de 1968, con un simple pleito entre estudiantes del IPN y otros de la Prepa Incorporada a la UNAM, Issac Ochoterena, cuando jugaban “tochito”. Intervino el ejército para disolver el conflicto estudiantil, lo que fue considerado como represión. De ahí se desprendieron infinidad de manifestaciones y actos represivos hasta convertirse en un monstruo de mil cabezas en las que intervinieron fuerzas extrañas, partidos políticos como el comunista; se formó el Consejo Nacional de Huelga, coalición de maestros que encabezaba Heberto Castillo. El movimiento creció sin control.
Incluso Javier Barrios Sierra, Rector de la UNAM, encabezaba manifestaciones, pedía “ganar las calles”; las peticiones al gobierno no se hicieron esperar. Tres mil estudiantes sitiaron Palacio Nacional, quienes también fueron reprimidos por el ejército; salieron tanquetas del mismo Palacio Nacional, para disolver el sitio estudiantil; muchos detenidos.
La UNAM, se convirtió en fortaleza; me comentaban alumnos de entonces, que había salones llenos de armas de fuego para ser entregadas a los estudiantes; que se habían infiltrado en el movimiento muchos extranjeros; el inicio de un simple problema estudiantil -como tantos otros- se convirtió en un enorme movimiento social que buscó el golpe de estado promovido por las fuerzas comunistas. Una de las peticiones era la derogación de los artículos 145 y 145 bis, del Código Penal Federal, para eliminar el delito de disolución social; incluso Días Ordaz, en su informe presidencial aludió a ello, negándose rotundamente, argumentando que si se derogaban, ningún delito tendría carácter político.
Infinidad de alumnos decidieron abandonar el movimiento al darse cuenta de la finalidad de quienes se habían apoderado de los fines, que si bien clamaban por reivindicaciones sociales, su pretensión creció hasta pretender un el golpe de estado, los sucesos se habían acomodado para tal efecto, las represiones crearon la oportunidad; además, muchos padres de familia se sumaron, apoyaron el movimiento, dado que cientos de detenidos -sus hijos- era castigados, golpeados, otros eran internados en la tétrica cárcel de Lecumberri. La represión estaba en su máxima expresión.
En tanto los estudiantes coreaban en sus manifestaciones: “No queremos olimpiadas, queremos revolución”. Conformaron brigadas para volantear y denunciar al gobierno represor; “boteaban” para recaudar fondos y sostener el movimiento de huelga. Hubo desacralización de los símbolos patrios por parte de los estudiantes, rebeldes como todo joven que se opone a cualquier signo de represión.
Gustavo Díaz Ordaz, diría en su informe presidencial, en el antiguo recinto legislativo: “Hemos sido tolerantes hasta el exceso, criticados, pero todo tiene un límite”. Fue una clara advertencia a quienes encabezaron el movimiento desestabilizador. Se empezó a hablar, en ese entonces, de democracia directa, conceptos nunca antes escuchados.
El 2 de octubre de 1968, salíamos de trabajar del lugar donde laborábamos, en la calle de Malintzi, cerca de la Basílica de Guadalupe; intentamos ir al cine, que se ubicaba en los edificios de Tlatelolco, pretendimos estacionar el vehículo en el subterráneo, sin embargo personal del ejército nos impidió el paso, uno de ellos nos puso en el parabrisas del vehículo una bazuca; el lugar se encontraba sitiado por el ejército y la concentración de estudiantes se hacía cada vez mayor. Ante la abierta amenaza de los militares, nos retiramos del lugar y nos dirigimos a la Avenida Reforma, al cine Latino.
Al otro día nos enteramos de lo sucedido, a medias por supuesto, nunca nos imaginamos la magnitud de la tragedia. La vida cotidiana de la Ciudad de México continúo sin sobresaltos y las manifestaciones cesaron. Vinieron los juegos olímpicos y las cosas parecieron olvidarse.
Sin embargo, a 48 años de distancia, el 2 de octubre no se olvida, aunque la gran mayoría no sabe bien a bien de lo sucedido, dado que existen dos versiones de la verdad histórica, la oficial y aquella que hasta ahora se sigue explotando por algunos que han vivido de esa tragedia nacional: el crimen de estado.
Lo cierto que nunca debieron haberse sucedido los hechos de la matanza de Tlatelonco, jamás será perdonado el estado por aquellos atroces actos. Unos dicen haber defendido a la patria, evitando un inminente golpe de estado organizado por fuerzas extranjeras que usaron y utilizaron a los estudiantes como “carne de cañón”; que fueron fuerzas comunistas las que iniciaron el fuego esa tarde noche, desde los edificios en condominio, culpando de ello al ejército y “guardias blancas” del tiroteo y asesinato múltiple; después vendrían detenciones, desapariciones y torturas.
A 48 años de distancia, aun existen muchos lados obscuros de la matanza de Tlatelolco y, cada parte cuenta su verdad histórica, las cuales distan mucho una de otra. Lo cierto que murieron muchos estudiantes inocentes y este 2 de octubre conmemoran esos acontecimientos, aunque muchos no tengan ni la menor idea de lo sucedido.