Luego de diversos trabajos de investigación realizados desde 2011 en torno al acoso en vía pública, la Dra. María Elena Meza de Luna, profesora investigadora de la Universidad Autónoma de Querétaro, ha concluido que éste es un problema de violencia de género que afecta principalmente a la población femenina y que algunas de las estrategias para afrontarlo podrían ser el señalamiento social y la respuesta colectiva que se haga a esta conducta.
La Dra. María Elena Meza de Luna es docente en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, imparte cátedra en la Especialidad en Familias y Prevención de la Violencia y ha estudiado este fenómeno, logrando establecer una tipología, observar los lugares donde son más frecuentes estos incidentes y determinar algunos indicadores, entre otros aspectos; y actualmente, lleva a cabo el proyecto titulado “Prácticas de evitación del acoso en los espacios públicos”.
La especialista en Psicología Social explicó que “el acoso es una conducta que involucra actos intrusivos que pueden ser con o sin contacto físico, son inesperados e indeseados, y al darse en espacios públicos generalmente suceden entre gente desconocida y provocan un estado de malestar en las personas que los reciben”. De acuerdo con los estudios focalizados que ha desarrollado, comentó que por lo regular el primer incidente de acoso se vive en promedio a los 11 años de edad.
Aseguró que estas situaciones se inscriben en relaciones de poder y en el cobijo de una cultura que propicia una distinción de ciudadanía entre los géneros, pues señaló que “ante la cotidianidad con que se vive, el acoso se vuelve invisible. Es una violencia que se instaura como ‘lo normal’ y que, ante la impunidad con que se ejerce, pierde relevancia. Sin embargo, el acoso limita la libertad de movimiento de las personas, generalmente de mujeres, quienes tienen que emplear más tiempo para pensar a dónde pueden ir, por cuáles rutas, a qué hora y con quién”.
La Dra. Meza de Luna puntualizó que, aunque el acoso afecta también a los hombres, “esto es una clara manifestación de violencia de género” y por lo tanto hombres y mujeres tienen experiencias distintas.
Ejemplo de esto son algunos datos que han arrojado sus investigaciones respecto al primer incidente de acoso: por cada hombre adolescente que recibe una coerción sexual -tocamiento de genitales-, 15 mujeres adolescentes se enfrentan a esta situación; por cada hombre que recibe un sonido -silbido, siseo, etc.-, hay 10 mujeres que lo experimentan; por cada hombre que es perseguido, tres mujeres viven este acoso; y por cada hombre que recibe un comentario obsceno o amenazante, cuatro mujeres lidian con ello.
La catedrática universitaria comentó que estas cifras son alarmantes en tanto que dejan a la vista el maltrato y la hostilidad a las que son expuestas las niñas (en promedio antes de los 12 años) en los espacios públicos.
Especificó que es más recurrente el acoso sin contacto físico (miradas, sonidos, comentarios, persecuciones, exhibicionismo o masturbación) y los espacios donde las mujeres refirieron sentirse más vulnerables fueron: en primer lugar, la calle, seguido del transporte público y los sitios públicos para hacer ejercicio; por su parte, los hombres indicaron sentirse inseguros principalmente en la calle, luego en la escuela y en el transporte público.
La especialista indicó que el acoso tiene implicaciones muy particulares como el hecho de que no existe registro debido a que no se denuncia, por lo que “hay un olvido de la política pública para atender este problema tan cotidiano, experimentado principalmente por las mujeres; y que por desgracia, en la actualidad no hay manera de sancionarlo en el ámbito jurídico y socialmente somos cómplices ante el silencio con el que lo presenciamos”, lamentó.
En este sentido, la Dra. Meza de Luna afirmó que “el cambio de cultura del solapamiento y la concientización de que esto no está bien y no es justo pueden propiciar prácticas diferentes para que el acoso no quede impune y no se repita”; y consideró pertinente fomentar el respeto a las personas y el cuidado comunitario, de tal manera que ante estas situaciones se tenga una respuesta colectiva que respalde a las personas que lo padecen.